Imagen publicada en Twitter por los yihadistas de Estado Islámico en el norte de Irak |
ABC | La
persecución de las minorías religiosas creció en el último año en todos los
regímenes islamistas de corte fundamentalista y en los totalitarios de carácter
laico, hermanados por el mismo síndrome; el miedo a la libertad.
El último
informe de la Ong internacional «Open Doors» (Puertas Abiertas) señala que la
persecución de las minorías cristianas sigue al alza en Oriente Próximo, y en
varias regiones de Asia y África. En algunos casos la violencia procede del
régimen autoritario que –como sucede en Corea del Norte y en China– hostiga,
encarcela y, cuando lo considera oportuno, controla la práctica religiosa o
intenta manipularla a su medida.
En la mayor
parte de los países afectados, la hostilidad y la violencia proceden de grupos
violentos inspirados por fanatismo religioso, como se observa en los
movimientos yihadistas Estado Islámico (EI), Al Qaida y Boko Haram. En el
ranking de 2015 de «Open Doors», 34 de los 50 países donde se registra
persecución religiosa corresponden a países de mayoría de población musulmana.
Colombia y Méxicoaparecen en el informe de «Open Doors» por los ataques
esporádicos de milicias y narcos a comunidades plurales cristianas.
La agresión
no llega solo de los grupos radicales organizados. Existe también una atmósfera
de intimidación y agresividad en muchos ambientes sociales musulmanes, que
identifican su precariedad económica con un supuesto «neocolonialismo
occidental», y miran con odio al vecino cristiano con frecuencia mucho más
indigente.
Es el caso
patético de Pakistán. Pero en Egipto, la hostilidad social tiene un sentido
distinto. En el imaginario de algunos musulmanes egipcios, el cristiano copto
es el empresario acomodado, que goza de una fortuna de origen sospechoso. La
decapitación de 21 trabajadores coptos en Libia a manos de yihadistas leales a
Estado Islámico, el pasado mes de febrero, mostró la cara real del país: los
crisianos egipcios emigran por razones económicas como el resto de sus
conciudadanos.
La vida sigue
igual
La
indiferencia –que visten de impotencia– con que las autoridades de Pakistán
responden a atentados terroristas, como los de este mes contra iglesias
cristianas, refleja el chantaje que imponen los partidos ultrarreligiosos
musulmanes, y más aún la cultura general de un país acostumbrado a tratar a los
no mahometanos como ciudadanos de segunda.
En el
barrio de Lahore de Youhanabad, donde fueron martirizados decenas de católicos
hace dos semanas, la vida sigue igual en el gueto cristiano. Cuando sus decenas
de miles de católicos salen de él tienen las mismas dificultades para encontrar
trabajo por no ser musulmanes; si trabajan, tendrán una cantina aparte para no
contaminar a sus compañeros mahometanos; si la empresa tiene dificultades,
serán los primeros en irse a la calle. Sus hijas, mientras tanto, se verán a
diario tildadas de prostitutas, también por otras chicas, por no utilizar el
velo por la calle.
Son solo
algunas de las discriminaciones cotidianas que padece la minoría cristiana de
Pakistán, católica y protestante, que constituye el 2 por ciento de sus 180
millones de habitantes. La afrenta más publicitada en el exterior es, también,
la más lacerante: la llamada «ley de la blasfemia», que permite a tres
musulmanes ponerse de acuerdo para encerrar en la cárcel o condenar a muerte a
un cristiano si le acusan de haber insultado a Mahoma o al Corán. El caso de
Asia Bibi—la cristiana paquistaní a punto de ser ejecutada tras beber de la
misma tinaja que sus vecinas musulmanas— se ha convertido en un símbolo del
martirio diario.
El Gobierno
de Islamabad puso el grito en el cielo cuando el semanario francés «Charlie
Hebdo» publicó caricaturas de Mahoma: pero se encerró en el silencio cuando la
redacción fue asesinada por yihadistas, o cuando los terroristas kamikazes
atacaron este mes a los cristianos de Lahore.
Luz y
taquígrafos
La
persecución de minorías cristianas es silenciosa en la mayoría de los países
gobernados por regímenes inspirados por la Sharía, la ley islámica. La luz y
los taquígrafos se concentran hoy en Irak y en Siria, donde los yihadistas de
Estado Islámico llevan a cabo una gradual y publicitada campaña de exterminio,
tanto de la vieja población cristiana como de sus iglesias y símbolos.
¿Cuántos
cristianos de rito en arameo –la lengua materna de Jesús– quedan en Irak?
Cuando cayó Sadam Husein, en 2003, se calculaba que el país tenía alrededor de
un millón de cristianos. Hoy se desconoce la cifra, pero se sabe que todas las
poblaciones cristianas en el norte, en la amplia región que hoy ocupa el
«califato terrorista», la huida ha sido masiva. En sus declaraciones a ABC el
pasado mes de diciembre, el arzobispo católico-caldeo de Mosul, monseñor Amel
Nona, denunció que al menos 120.000 cristianos habían abandonando sus hogares y
huido hacia el Kurdistán. Miles están a la espera de que Europa y Estados
Unidos les concedan visados para emigrar. Decenas de iglesias han sido
destruidas por los yihadistas, y abundan los relatos de testigos sobre torturas
y extorsiones para que –quienes hayan decido quedarse– se conviertan al islam o
paguen el impuesto especial de vasallaje.
Derecho a
defenderse
La
situación de acoso y exterminio de cristianos en Irak y en Siria ha motivado
una insólita iniciativa diplomática del Vaticano en favor del uso de la fuerza
para proteger a los creyentes. El pasado 13 de marzo, el representante vaticano
ante la ONU en Ginebra, el arzobispo Silvano Tomasi, pidió la formación de una
fuerza internacional «para parar esta especie de genocidio»,
«Quieren
imponer la Sharía y los cristianos aquí estorbamos», relató por su parte a ABC
el misionero español en Pakistán Miguel Angel Ruíz Spínola, al tratar de
explicarse las razones del odio de los terroristas hacia los fieles de otras
religiones.
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