“Yo estaba desesperada, don Luis -me dijo
Emilia en voz baja-, tenía un conflicto familiar sumamente mortificante que me
estaba afectando enormemente. Entonces cayó en mis manos un librito, y en su
primera página leí:
“Nadie
podrá amarte más que Dios... Él te creó.
Tal como eres, tal como Él quería que tú fueras... Él quiere que seas feliz y
que disfrutes este mundo y esta vida que Él te dio”.
“Esto me
hizo pensar. Si Dios me hizo tal como Él quería que yo fuera y me ama tal como soy, sin repudiarme por nada,
ni exigirme que cambie para amarme, ¿por qué tengo yo que rechazarme a mí misma
constantemente...? ¿Por qué tengo que compararme y lamentar no ser tan exitosa
o tan inteligente como otros, o no tener cosas que ellos tienen...?”.
“Y así
-concluyó Emilia-, al amparo del amor de Dios por mí, empecé un proceso de
auto-aceptación que me ha hecho sentir cada vez mejor. Entonces pude comprender
que parte del problema que yo tenía era mi propio autorrechazo... y todo ha
comenzado a mejorar... “.
Esta
historia de Emilia me hizo recordar el evangelio de este domingo. El Señor nos dice en él:
“Mi paz les
dejo, mi paz les doy. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que
no se angustie su corazón, ni se acobarde” (Juan 14,27).
Conozco
personas que no han podido experimentar esa paz, porque no se aceptan como son,
y su constante autorrechazo las bloquea ¡Las bloquea...! Lo mismo hace el rencor: bloquea la paz del
Señor.
“Mi paz les
dejo, mi paz les doy”, nos dice el Señor hoy.
Ansiar esa
paz significa sabiduría.
Recibirla
produce un inmenso gozo interior.
La pregunta
de hoy
¿Tengo yo
acceso a recibir esa paz?
¿Y por qué
no...? Si Dios quiere que usted sea feliz, ¿Cómo no va a desear darle su paz?
Fíjese lo
que expresa esta frase acerca de esto:
Haga lo que
hacía Dag Hammarsjold. Cuando él era director de la ONU, en el enorme edificio
principal de la organización situado en Nueva York, creó una sala de meditación
en la que los diplomáticos, funcionarios y visitantes podían retirarse para
estar un rato en silencio. Y allí escribió un letrero que decía:
“En cada
uno de nosotros hay un centro de quietud
rodeado de silencio”.
Si usted
verdaderamente desea el regalo de la Paz de Dios, elija su propio lugar para
aquietarse, respire profundamente, y luego entre en ese “centro de quietud”.
Allí encontrará a Dios, y en Sus manos estará su Paz.
Por Luis
García Dubus, Santo Domingo
Fuentes: Listín
Diario
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